ORÍGENES DE LA HIDROAVIACIÓN.
A mediados de la década
de los años 10 del siglo XX, los hidroaviones ya estaban de moda en el mundo
gracias a los vuelos del francés Fabre a los mandos de Le Canard, del norteamericano Glenn Curtiss en la bahía de San
Diego y de Buasen con otro Canard, dotado
de tren terrestre y flotadores.
Desde entonces, se le
dio un gran impulso a la construcción de este nuevo tipo de aparato. La Primera
Guerra Mundial, que provocó un notable avance en todo lo relacionado con la
aviación, no dejó atrás a la hidroaviación que experimentó un importante
progreso, encontrándose nuevas soluciones técnicas: la generalización del rediente,
la sustitución de los flotadores por una canoa que, al propio tiempo, constituía
el fuselaje del aparato, etc.
En los últimos meses de
la primera contienda mundial, volaban ya hidroaviones verdaderamente grandes,
muy fiables y capaces de transportar casi tres toneladas de carga útil. El
desarrollo del hidroavión continuó hasta mediados de los años 30 y tuvo sus mejores
exponentes en el coloso Dornier Do X de
doce motores que despegó en 1929 con 170 personas a bordo; y en el Macchi
Castoldi MC-72 con el que el subteniente italiano Francesco Agello batió el
record mundial de velocidad en 1934.
En España, ya se
conocía el hidroavión desde 1912
a través de los vuelos del francés Louis Paulhan en San
Sebastián y del chileno Sánchez Besa en Barcelona. Fueron demostraciones que no
convencieron en demasía, pero contando nuestro país con más de 3000 kms. de
costa y ante la ineludible necesidad de cooperar en las operaciones militares
que se habrían de iniciar pronto en el norte de África, se barruntaba que el
hidroavión iba a ser elemento de fundamental importancia. Por tanto, era
necesario disponer de una estación de hidroaviones y de un plantel de pilotos
entrenados en esta especialidad.
EL AERÓDROMO DE LOS ALCÁZARES, CUNA DE LA HIDROAVIACIÓN MILITAR ESPAÑOLA
La elección del lugar
No tardaría el Ministerio de la Guerra en ponerse manos a la obra. El ministro, general Linares, encargó al coronel de ingenieros, don Pedro Vives y Vich, director del Servicio de la Aeronáutica Militar, el proyecto de buscar el lugar más adecuado para el establecimiento de una base de hidroaviones. Tras llevar a cabo el correspondiente estudio de gabinete, Vives organizó un selecto grupo de asesores, compuesto por pilotos e ingenieros militares, un marino, un meteorólogo, un fotógrafo y un topógrafo. En la primavera de 1915, Vives y su equipo recorrieron todo el litoral mediterráneo peninsular desde la bahía de Algeciras (Cádiz) a Portbou (Gerona), en total cerca de 900 millas.
Coronel Pedro Vives y Vich |
Al finalizar el periplo, el coronel Vives presentó al ministro de la Guerra un detallado informe del trabajo realizado, proponiendo como emplazamiento más apropiado Los Alcázares, localidad situada en el centro de la ribera occidental del Mar Menor, que presenta unas condiciones naturales inmejorables: pocos obstáculos, mar tranquilo y poco profundo y abundantes días de sol al año.
<<El lugar más adecuado es Los Alcázares, en la parte que depende de Torre Pacheco –afirma el coronel Vives-; todo en él son espléndidas notas positivas>> |
Elegido el emplazamiento exacto, en mayo de 1915, se adquirió una finca de unos 500.000 m2 al sur del poblado de Los Alcázares, colindante con el mar. Las obras, de las que se encargó el capitán de ingenieros Enrique Vidal, fueron rápidas, construyéndose talleres, hangares, muelles para hidros…
Obras del primer edificio del aeródromo marítimo de Los Alcázares: un barracón de tres cuerpos que se utilizó como taller mecánico, pabellón de oficiales y comedor |
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